Érase una
vez tres niños que se llamaban Pedro, Marcos y Sara y que iban de excursión a una
Selva de África. Salían el día 28 de abril que caía en viernes. Se quedaban 4
días y 3 noches. Solo faltaba un día, no tenían que llevar nada y era barato, solo 6 euros por niño. A los niños no
les importaba el dinero sino la diversión. Marcos que era el más travieso
siempre les animaba a hacer travesuras e inventarlas.
¡Llegó el
día!, gritaban los niños con entusiasmo.
Marcos se
levantó a las seis de la mañana, Sara un poco más tarde, a las siete y media y
Pedro el que más pronto se despertó, a las cinco y cuarto de la mañana.
Llegaron muy pronto. Les habían dicho los monitores que tenían que estar a las
nueve menos cuarto y llegaron a las 8 y diez, pero no era problema porque así
planeaban las aventuras que querían vivir y sobre todo Marcos que era el más
travieso. Hasta que llegó el autocar contaron chistes y cuentos inventados como
el del “ratón y el gato” y chistes como el del “cactus y el globo”, pero lo
más importante era las aventuras que iban a vivir.
Rápidamente
se pusieron en fila para ir al autocar, cuando llegaron a él se pusieron a
cantar canciones y a charlar. El viaje fue muy largo, tras llegar al aeropuerto
cogieron los billetes y se fueron a comer un bocadillo. Cuando acabaron se
fueron donde el avión y una vez dentro despegaron.
El viaje
fue mucho más largo que el otro, cuando llegaron lo primero que hicieron fue
visitar la aldea. A su alrededor había mucha vegetación y todo tipo de fruta. Había mucha gente y cabañas de barro y paja y ríos con gente bañándose.
Enseguida se hizo de noche y procedieron a acostarse. Por la mañana se levantaron pronto y salieron a dar un
paseo con los monitores, fueron hasta una cascada y se dieron un baño. Los
cuatro días pasaron volando y en nada ya se vieron en el aeropuerto
despidiéndose de los aldeanos.
Tras volver
de su viaje estaban cansados y alegres porque tenían un montón de recuerdos
como fotos, figuras y muchas cosas más. Así que pasaron el resto de sus vidas
muy felices.
Abraham y Tábata